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4 de Julio: Libertad que celebramos, Libertad que aún buscamos
Cada año, el 4 de julio se pinta de rojo, blanco y azul. Las calles se llenan de banderas, de fuegos artificiales, de música, de niños jugando y familias reunidas. Un día para recordar que en 1776 nació un país con un sueño: ser libre. Pero en medio de la celebración, hay quienes no sienten que esa libertad les pertenece del todo. Hay quienes miran los fuegos artificiales desde un centro de detención migratoria, quienes viven con miedo a una deportación, o quienes nacieron aquí pero no se sienten plenamente aceptados por su color de piel, acento, fe o historia.

Por Julieta Pinzón
Julio 2025
Cada 4 de julio, Estados Unidos celebra su Día de la Independencia, conmemorando la adopción de la Declaración de Independencia en 1776, cuando las Trece Colonias rompieron formalmente con el Imperio Británico. Este día simboliza libertad, autodeterminación y el nacimiento de una nación fundada sobre ideales como la igualdad, la justicia y los derechos inalienables del ser humano. Sin embargo, en el contexto actual, los principios que se celebran durante esta fecha patriótica contrastan cada vez más con la realidad social y política del país, especialmente en lo que respecta a los conflictos internos y las estrictas políticas migratorias.
La Declaración de Independencia, redactada por Thomas Jefferson, proclamaba que "todos los hombres son creados iguales" y tienen derechos como "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Aunque estos ideales no se aplicaron de manera universal en 1776 —dejando fuera a esclavos, mujeres y pueblos indígenas— han sido la base para movimientos sociales y luchas por derechos civiles a lo largo de la historia de EE.UU. Hoy, la celebración del 4 de julio está cargada de símbolos: fuegos artificiales, desfiles, banderas ondeando. Pero también ofrece un momento de reflexión sobre hasta qué punto el país ha cumplido con esas promesas fundacionales.
Estados Unidos enfrenta hoy un escenario marcado por polarización política, tensiones raciales y debates culturales intensos. Los movimientos sociales como Black Lives Matter o las protestas en defensa de los derechos reproductivos han sacado a la luz profundas divisiones en torno a temas como la justicia, la equidad y la libertad individual.
Además, la creciente brecha económica y las percepciones de inseguridad han contribuido a un sentimiento de desconfianza hacia las instituciones. En este clima, los símbolos patrióticos del 4 de julio a veces se convierten en terreno de disputa, donde diferentes grupos interpretan el patriotismo desde ópticas opuestas.
Quizás uno de los contrastes más llamativos con el espíritu del 4 de julio es la postura cada vez más dura del gobierno estadounidense respecto a la inmigración. A lo largo de los últimos años, se han intensificado las medidas para frenar el ingreso de migrantes, especialmente en la frontera sur con México. Estas políticas incluyen: La construcción de nuevas barreras fronterizas. La implementación de programas como el Título 42 (aunque ya levantado, tuvo un impacto profundo). Nuevas restricciones a las solicitudes de asilo. Deportaciones aceleradas y detenciones prolongadas.
Estas acciones contrastan con la identidad histórica de EE.UU. como una "nación de inmigrantes", y cuestionan hasta qué punto el país sigue siendo un refugio para quienes huyen de la violencia, la pobreza o la persecución, tal como lo fueron muchos de sus fundadores.
Celebrar el 4 de julio no tiene por qué significar ignorar las contradicciones actuales. Al contrario, es una oportunidad para revisar críticamente qué significa "libertad" en el siglo XXI, quién la disfruta y quiénes aún luchan por alcanzarla dentro del mismo país. El reto de Estados Unidos, entonces, es reconciliar sus ideales fundacionales con las realidades contemporáneas. Hacer del 4 de julio no solo una fiesta nacional, sino una invitación continua a renovar el compromiso con la justicia, la inclusión y la libertad para todos, sin excepción.
El 4 de julio representa un ideal poderoso: que todos somos iguales, que todos merecemos vivir con dignidad, y que nadie debe ser oprimido por el poder. Ese ideal atrajo a millones de inmigrantes a Estados Unidos durante siglos, buscando lo que sus países les negaron: oportunidades, libertad, un futuro.
La realidad hoy es más compleja. Muchas de las personas que más creen en el sueño americano son también las que más lo sufren: familias separadas en la frontera, trabajadores esenciales sin papeles, jóvenes “dreamers” atrapados en la incertidumbre legal. El país que prometía acoger a “los cansados y los pobres” parece cada vez más cerrado, más endurecido, más desconfiado.
Celebrar la independencia no es solo mirar atrás con orgullo. Es también mirar al presente con honestidad y al futuro con esperanza. La Declaración de Independencia de 1776 no incluyó a los esclavizados, a las mujeres ni a los pueblos indígenas. Y todavía hoy, hay personas que viven al margen de esa promesa.
Ser libre no es solo caminar sin cadenas, sino vivir sin miedo. Es tener voz, derechos y oportunidad de construir una vida digna. Es no tener que elegir entre alimentar a tus hijos o pagar un abogado de inmigración. Es poder amar, trabajar, aprender y soñar sin esconder quién eres ni de dónde vienes.
Para los estadounidenses nacidos aquí, el 4 de julio puede ser un día para preguntarse: ¿somos fieles al espíritu de nuestros fundadores o solo repetimos símbolos sin cuestionarlos? ¿Estamos incluyendo a los nuevos rostros de esta nación o cerrando las puertas que una vez se abrieron para nuestros abuelos?
Y para los inmigrantes, documentados o no, recién llegados o con décadas en el país, este día puede ser un recordatorio de su valor. Porque seguir creyendo en la libertad, incluso cuando se les niega, es un acto de fe. Porque luchar por pertenecer es también una forma de amar este país. Porque América no es solo una tierra, sino también una idea, y ustedes son parte esencial de ella.